¡Inclina la cabeza hacia atrás y deja que se te caiga la mandíbula! La cúpula de la basílica se extiende hacia el cielo, bañada por la luz cambiante que se derrama a través de las vidrieras. Mientras estás allí, los frescos parecen arremolinarse hacia arriba, atrayendo tu mirada (y quizá incluso tu alma) hacia el cielo.